domingo, 11 de julio de 2010

La venganza de los gallegos

Allá por 1992, cuando comencé a viajar a Madrid por negocios, el mundo disfrutaba de una expansión económica sin precedentes. Caído el Muro de Berlín, con la globalización imponiéndose al compás de Internet y la revolución informática y con el mejor Clinton dirigiendo el concierto, el planeta había entrado en una época dorada que parecía perdurable.

Por aquel entonces la Argentina era vista como una de las economías emergentes más prometedoras. Especialmente por muchos empresarios españoles que todavía no terminaban de convencerse de la integración a Europa ni de los beneficios que ésta traería para España, y que se sentían más cómodos hablando castellano en el quinto pino del Cono Sur que chapurreando inglés con orientales inexpresivos o sirviéndose de dudosos traductores en Europa del Este. Hijos de una España aislada y todavía provinciana en muchos sentidos, aún veían a Buenos Aires como la cosmopolita capital de un inexistente imperio (Clemenceau dixit) cuyos abundantes recursos culturales y naturales se encontraban, inexplicable y oportunamente, sin explotar.

Es público y notorio que los argentinos tenemos muchos defectos pero que entre ellos no se encuentra la falsa humildad. Nuestra remota ubicación geográfica, nuestra compulsión a viajar por ambos mundos apenas tenemos cinco duros o una situación cambiaria favorable, un pasado de esplendor económico del que todavía nos quedan ciertos vestigios y una presunta superioridad cultural en la región, nos han hecho, según cuentan, un tanto engreídos.
Así, en mis primeras visitas a Madrid, creyendo todavía que Buenos Aires era el centro del mundo, me sorprendía el desconcierto de mis amigos españoles, cuando les llamaba coloquialmente «gallegos». Tal es el gentilicio que, sin connotación peyorativa alguna, aplicamos en nuestro país a todos los españoles, provengan éstos de Galicia o de Valencia. Ello con la misma ecuanimidad con que los italianos, milaneses o sicilianos, son llamados «tanos»; los angloparlantes, sean británicos o americanos, «gringos»; «franchutes» aquellos que han nacido lo mismo en Marsella que en Ostende; «rusos» todos los de origen judío sin importar si askenazi o iddish y «turco», cualquier emigrado de Medio Oriente, para gran indignación de los sirio libaneses cristianos que resultan la mayoría de éstos paisanos. También es cierto, aunque nada tiene que ver con ello el cretino de Sabino Arana, que los vascos han sido «vascos» desde siempre (y, ¡ay!, los navarros también).

Por suerte, pronto comprendí lo ridículo que resultaba llamar «gallego» a quien no había nacido en Galicia y empecé a utilizar los gentilicios adecuados.

Pasaron los años, España por suerte o por maña de sus gobernantes vivió un boom económico sin precedentes, los españoles se integraron plenamente a Europa y se sintieron muy cómodos como europeos, la Historia resucitó y los argentinos hicimos cosas de argentinos (así muchos entendieron por qué pese a sus magníficos recursos naturales y culturales, a nuestro país le va como le va). Y luego de llamar la atención de todo el mundo por unos meses con el default de nuestra deuda externa, fuimos olvidados sin pena ni gloria. Ya nadie en los países centrales nos tiene en cuenta y saben de nosotros tanto como nosotros sabemos de lo que pasa en Madagascar. Ni siquiera nos preguntan por Maradona -salvo que pretendan humillarnos- y si no fuera porque gracias a Lula todos saben dónde queda Río, muchos volverían a creer que Buenos Aires es la capital de Brasil. Aunque también es verdad que pese al generalizado ninguneo que padecemos hay bastantes españoles que continúan siendo amables y generosos con nosotros y todavía consideran que la Argentina, como el éxito de los mocasines de Guido y la ropa de La Martina testimonian, tiene un dejo de decadente glamour.

Por esto resulta más doloroso que en los últimos años, muchos españoles que no confunden la capital de Argentina y que han paseado por sus calles, que sienten casi como propias las hazañas deportivas de los tenistas y futbolistas argentinos, que disfrutan de la lectura de Borges o Castellani, de los mejores tangos de Cadícamo o de las rimas rockeras de Calamaro, de las películas de Campanella y Darín, insistan en referirse a quienes habitamos la Ciudad de Buenos Aires como «bonaerenses».

Para los argentinos, la palabra bonaerense se utiliza exclusivamente como adjetivo en cuestiones administrativas y burocráticas («la policía bonaerense») y siempre relacionada, no con la Ciudad sino con la Provincia de Buenos Aires. Desde época de la Colonia, quienes vivimos en la Reina del Plata, somos porteños. Así que el término bonaerense no se aplica ni a los vecinos de la Ciudad de Buenos Aires, que somos «porteños», ni a los habitantes de la Provincia homónima, a quienes se llama por el gentilicio de su pago chico. O sea que hay quien es marplatense osanisidrense, pero nadie es bonaerense.

No parece el desplante una premeditada venganza de los gallegos por la insufrible altanería porteña. El origen de la confusión, mucho más banal, radica en la pobre definición del Diccionario de la Real Academia, que indica que bonaerense, es «El natural de Buenos Aires», sin precisar si de la Ciudad o la Provincia, y, peor aún, en la que brinda el Diccionario de María Moliner que yerra flagrantemente al indicar «bonaerense» como sinónimo de «porteño» (y después los académicos desprecian Wilkipedia). Estas equívocas referencias se han impuesto en los medios gráficos y así apenas el pasado 10 de agosto, el diario ABC, tan cuidadoso en cuestiones de estilo, se refirió al club River Plate, afincado en el porteñísimo barrio de Nuñez, como a un club bonaerense (si los barrabravas riverplantenses se enteraran de que se les considera «bonaerenses» y no porteños, ya le explicarían -«letra con sangre entra»- al cronista la gravedad de su error). También El País, hace poco menos de un año, despedía al inefable Eduardo Bergara Leumann -una suerte de obeso Liberace criollo- como al «último bohemio bonaerense». El pobre Gordo, que en su vida cruzó la General Paz, todavía debe estar revolviéndose en su tumba.
Ya los porteños estamos resignados a que en España no se nos reciba más como a los prometedores y glamurosos primos de América, sino como a problemáticos candidatos a inmigrantes ilegales. Pero que los gallegos, tanto en sus charlas de café como en la prensa escrita, nos traten indolentemente de «bonaerenses», es un poco mucho y nos llevará largo tiempo digerirlo.
Este artículo fue originalmente publicado en el diario españo ABC del 21 de septiembre de 2009, curiosamente en la sección Deportes

lunes, 30 de julio de 2007

Shag. Un artista retrofuturista entre la ilustración y la plástica

Por Guillermo Crompton





Refugiándome de la peor tormenta de nieve que azotó Chicago en los últimos veinte años, durante la Navidad del 2005 entré a la Virgin Megastore de Michigan Avenue. Ni la música ni los DVD me llaman mucho, de manera que, como la nevada no paraba, subí al segundo piso de la tienda, donde, relegada por todo tipo de parafernalia rockera, existe una sección de librería. Curioseando entre los estantes mientras juntaba coraje para volver a la calle, me topé con un libro de formato rectangular con llamativas ilustraciones en su portada, que, de inmediato atrajeron mi atención, produciéndome una fuerte sensación de deja vu.

Tales las circunstancias de mi, improbable y fortuito, primer encuentro con Shag. Josh Agle, tal su verdadero nombre, nació en 1962, en el seno de una extensa familia de mormones practicantes, y es uno de los exponentes más reconocidos y exitosos del Low-Brow Art[1], pese a su tardía incorporación a ésta corriente artística




Aunque poco tiempo después de graduarse de contador, Shag colgó el diploma y se dedicó durante varios años a realizar ilustraciones comerciales (greeting cards, anuncios gráficos, t-shirts, covers de CD, etiquetas de bebidas, etc... ) con bastante éxito, recién en 1996 se atrevió a pintar y exponer obra artística, participando en una muestra colectiva celebrada en el alma mater del Low Brow Art, la galería La Luz de Jesús, de Los Angeles, California. La totalidad de los cuadros expuestos por Shag se vendieron el día de la inauguración, lo que se repitió y repite invariablemente en todas las exposiciones que lleva hasta el día de la fecha en lugares como Tokio, Sydney, Londres, Paris, New York, entre otras megápolis. Pese a la hiperproductividad que lo caracteriza – todos los días, llueva o truene, se encuentre donde se encuentre, dedica ocho horas a pintar - y al constante aumento del precio de sus cuadros, Shag mantiene una lista de espera de más de doscientos compradores.





Con una paleta de colores ácidos – que intuyo indicio de excursiones psiconaúticas – Shag aborda una temática tan extravagante como variada. Con sorprendente maestría, su técnica le permite unificar tópicos aparentemente inconciliables como el arte Tiki[2], episodios de la mitología griega, iconografía de películas de espías (onda CIPOL o aquella “Casino Royale” con David Niven como Bond), escenas del jet set (fiestas de disfraces, opulentos interiores californianos, pistas y refugios de ski, exteriores europeos) y del ambiente del jazz (cabarets, bares, músicos callejeros) u homenajes a pintores, músicos y artistas. En el consistente universo de Shag, los diversos mundos creados por éste son absolutamente armónicos y compatibles, resultando naturales y casi obvias las combinaciones más insólitas.






Aunque en la obra de Shag se percibe claramente la influencia de varios ilustradores americanos, especialmente de Jim Flora[3], es indiscutible que tiene un estilo propio, tan original como potente. Por ello no tiene empacho en admitir tales influencias ni en rendirles homenaje, tal como hizo en “On the Shoulders of Giants”[4] una importante exposición celebrada simultáneamente en galerías de Melbourne y Sydney, durante abril y mayo del 2006 (la obra allí expuesta se puede ver en http://www.shag.com/).




A caballo entre el arte gráfico y la plástica, Shag trabaja con una elaborada estética retrofuturista que refleja cómo imaginaban, en los años sesenta, las décadas venideras.




Los protagonistas masculinos de Shag se caracterizan tanto por su virilidad (mandíbulas cuadradas y anchas espaldas) y distinción (sueteres de cuello alto y blazers cruzados) como por su gozosa y sensual actitud; mientras que al lado de sus mujeres, las famosas chicas de Divito[5] lucen como madonnas de Rubens o matronas de Botero con el sex appeal de Ayn Rand. Su ideal de belleza femenino – peinado imponente, pechos turgentes, cintura de avispa, suculentas posaderas, interminables y torneadas piernas, delicados tobillos - serían Elizabeth Montgomery[6] medio kilo antes de la anorexia clínica, o Barbara Feldon[7], pero sexy y en plan femme fatal, o, más cercana a nuestros días, la Nicole Kidman de “Eyes Wide Shut”.




La elegancia, joie de vivre y relajada despreocupación de los personajes retratados en las pinturas de Shag nos recuerdan - claro que onda californiana y swinging sixties - la composición ética de los drones eduardianos de los relatos de P.G. Wodehouse[8] . Toda su obra - reproduzca un cocktail vespertino, una escena Tiki o una disputa conyugal entre Adán y Eva – transmite un gozoso y vigorizante hedonismo. A esta impronta cool se agregan, otros elementos característicos del artista como un humor afilado y sutil; una imaginación inagotable, pródiga y libérrima; paisajes de ensueño y lujosos y sofisticados interiores; personajes enigmáticos pero plenos de carisma, glamour y charme; composiciones simples y simétricas; un trazo dinámico y estilizado en el dibujo y el uso de un color vibrante en distintos matices como soporte principal de cada obra, al que integra otro, que contrasta o complementa al primero.




El espíritu de los cuadros de Shag aunque claramente epicúreo, evita tanto los desvíos cirenaicos como los excesos sibaritas y nada tiene de escapista. En cada obra el deleite y el goce están equilibrados por un algún pequeño detalle, incongruente y fantástico, que nos produce una alarmante y creciente inquietud. Un diminuto violinista enjaulado en un rincón del living, una grieta que se abre en aquel lago helado, diabólicas sombras chinescas proyectadas sobre esta ventana, perros feroces en jardines paradisíacos, animales salvajes paseando por down town, un hambriento yeti merodeando el ski lodge, monstruos diversos compartiendo la cama con inocentes beldades, calaveras y diablitos acechando en los márgenes del escenario, un homínido de cuatro ojos en la cuna del bebé. Todas y cada una de las pinturas de Shag contiene un elemento intrigante y perturbador que, singularmente, no perjudica su concordia ni impide su goce sino que los fortalece.




Es tan fuerte y evidente la intención narrativa de Shag, que me hace suponer que cada obra pretende decirnos algo importante, transmitirnos algún mensaje o consigna muy urgentes, que no llego a comprender. Sólo percibo en sus pinturas una invitación, intensa y poderosa, a saltar hacia los distintos mundos que nos propone y a disfrutarlos antes que el hielo del lago se resquebraje, que el abominable yeti nos ataque, que los siniestros esqueletos nos abracen. En definitiva, a disfrutar la Vida – ese coloreado y sabroso cocktail, las voluptuosas bailarinas hawaianas, el solo de jazz que toca el trompetista - antes de que irrumpa la inoportuna y omnipresente Muerte.





[1] A mediados de los setenta, un grupo de artistas plásticos californianos, la mayoría de ellos cultores de algún tipo de surrealismo pop, comenzaron a autodenominarse Low Brow Artists (artistas menores) reivindicando orgullosamente la influencia en sus trabajos de la publicidad, las historietas (comics), los dibujos animados (cartoons), la psicodelia (LSD, psilocibina), el rock, los graffiti y una nutrida cantidad de fuentes no tradicionales de inspiración. Varios de estos artistas – entre ellos Mark Ryden (cuyos principales coleccionistas son Tim Burton y Stephen King), Robert Williams y Coop – han alcanzado la consagración a nivel internacional.

[2] Tiki, es el nombre de origen maorí con que son conocidas las grandes figuras talladas en madera por distintas culturas polinesias, entre ellas la hawaiana. Por extensión es conocido como Tiki, la ambientación exótica de origen polinesio – grandes y coloridas flores, antorchas, bailarinas hula-hula, muebles de rattan, tragos exóticos y coloridos – que tuvo su cuarto de hora en EEUU durante los cincuenta y sesenta y que todavía mantiene cierta vigencia residual.

[3] Jim Flora (1914 – 1984) fue tal vez el portadista de discos de jazz más importante del siglo pasado. Su obra se puede disfrutar en http://www.jimflora.com/

[4] Referencia a la sentencia “Somos como enanos parados sobre los hombros de gigantes, por eso podemos ver más y más lejos que nuestros antecesores”, que se atribuye a Bernardo de Chartres, filósofo francés del siglo XII.

[5] Guillermo “Willy” Divito (1914 – 1969), dibujante argentino que, formado en la escuela e de la revista “Patoruzù” dirigida por el legendario Dante Quinterno, fue el creador de personajes como el Dr. Merengue, Fulmine y Pochita Mofroni, además de fundador, en 1944, de la revista “Rico Tipo”, la que llegó a vender 350.000 ejemplares semanales y es todavía recordada por sus ampulosas “chicas”, que dibujadas a imagen y semejanza de Bettie Page y otras pin up girls, todavía ocupan un lugar mítico en el imaginario porteño.

[6] Samantha, aquella bruja rubia que, con tanta gracia, fruncía la nariz en la serie “Hechizada”

[7] La encantadora Agente 99 del “Super Agente 86”

[8] Jóvenes calaveras ("zánganos") ingleses de principios del siglo XX de una frivolidad tan vacua como inocente. Bertie Woorster, cuyo ayuda de cámara era el famoso Jeeves, y sus compañeros de club son los prototipos del género.



La primera versión de ésta nota fue publicada en la edición de diciembre de 2006 de la revista Negra.


sábado, 21 de julio de 2007

Las cajas de Bioy
(relato de una adquisición fortuita y un levante no del todo amateur, glosas distorsivas y tres epigramas inéditos)


por Guillermo Crompton



Hace unos pocos años me encontré, de casualidad, con Fabián Bioy Casares, née Ayerza, en Ámsterdam.

En una mesita exterior del Green House Coffee Shop sobre el canal Oudezijds Voorburgwall, justo al lado del hotel The Grand donde yo paraba, Bioycito se estaba fumando unos caños – una fantástica White Widow - con una francesita rubia, en sus midtwenties, muy pero muy linda.


Con una efusión más propia de otros estimulantes que de la buena marihuana, FBC insistió mucho y con bastante bardo en que me sentara con ellos, lo que – relojeando con sorpresa la directa sonrisa que la linda francesita me dirigía y plenamente consciente de que Fabián era openly gay – acepté enseguida.


Bioy junior encantado de renovar su auditorio – el embole de la rubia era más que evidente, incluso para lo pasado de rosca que estaba él -, sin siquiera intercambiar las cortesías formales de rigor, como si nos hubiéramos encontrado en el Patio Bullrich, dio rienda suelta a una verborrágica indignación contra su padre, contándome que venia de vender – “ ... por lo que me dieran, y de educado que soy, porque debería haber tirado todo a un canal! porque la verdad, una falta de respeto, una desconsideración típica de él, hacerme venir de Paris por papeles viejos y sin ningún valor, porque no había plata, ni alhajas, ni siquiera un manuscrito inédito, nada más que copias en carbónico y porquerías por el estilo, ya me decía Mamá lo egocéntrico y miserable que era éste hombre ...” – en una librería de usados sobre la calle del Dam, justo a la vuelta de donde estábamos, unas cajas llena de papeles, libros y cartas viejas que éste le había legado en su testamento y dejado al cuidado de un notario holandés.


Harto de la recurrente diatriba de Fabián, la que por momentos y sin justificación alguna se extendía hacia el ausente notario y la presente francesita (en realidad yo estaba encantado con esto último, porque era claro que cada vuelta de tuerca en la quejumbre del hijo pródigo hacía que la minita me mirara con más simpatía) y muy intrigado por ver cuáles eran los libros que Bioy padre le había legado, después de soportarlo casi una hora aproveché su confusión cannábica y su excitación nasal, para inducirlo a que se fuera a empolvar la nariz al hotel (ellos también paraban en The Grand) y apenas lo hizo, proponer a la rubia - el tedio y el colocón compartidos habían provocado ya una chispa de cómplice intimidad entre nosotros - que me acompañase a la librería.




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Las cajas eran tres. De esas de cartón corrugado marrón que se ensamblan, y estaban todavía sobre el mostrador de la librería, al lado de la caja registradora (para que los lectores porteños se hagan una idea, el lugar, aunque bastante más grande, tenía el aspecto de Huemul, altísimas bibliotecas repletas de libros viejos y varias mesas cubiertas con pilas de libros y cajas con diversos papeles).


Ahí me enteré por la francesita que Fabián las había pretendido vender cerradas por veinte Euros ( “…lo menos es que pueda pegarme un buen trip para olvidar el disgusto, porque para lo único que las cargaría en el tren de vuelta es para tirarlas al Sena, y no tiene sentido ¿ no ?”) pero que el librero se había empeñado en abrirlas, aunque cuando lo hizo y vio varios libros lujosamente encuadernados en cuero, las compró sin más al doble de lo solicitado originalmente por FBC.


Como ya dije, la francesita era linda. Linda en serio. Y apenas habían pasado poco más de dos horas desde que Bioycito vendiera las cajas, así que el librero se acordaba perfectamente de ella. Lo bueno es que, además de linda, tenía tanta gracia como iniciativa y una cara de piedra notable, así que sin que yo tuviera que decirle nada ni darle letra (sólo le comenté mientras caminábamos que estaba ansioso por ver qué libros le había legado Bioy a su hijo y que no sabía como encarar al librero), le explicó en un delicioso francés al no tan impasible holandés, que yo, otro argentino, era un primo de su novio, que enterado y sorprendido de la intempestiva venta de los libros y papeles del abuelo, quería revisar las cajas para ver si había algún documento familiar o algo de valor sentimental que rescatar. Como el cuento parecía verosímil y la francesita lo reforzaba con unos pucheritos muy pero muy convincentes, el librero ordenó a un dependiente que llevara las cajas hasta una mesa y las dejara a nuestra disposición.


¡ Otra que el baúl de Pessoa ! No quiero ni puedo describir con exactitud su contenido. Pero además de un par de docenas de libros, todos ellos en francés, muy bien encuadernados y con las iniciales ABC en el lomo, había varios cientos de cartas. Algunas decenas, es cierto, eran copias en carbónico de correspondencia remitida por Bioy, pero la mayoría parecían originales recibidos por éste. Había también varios cuadernos con tapa negra de hule, veinticuatro exactamente, todos llenos de puño y letra por ABC. Y algunas de las cartas originales, diecinueve para ser precisos, además de otros papeles que parecían borradores de poemas, estaban inicialadas por el místico acrónimo: JLB.


Bueno, para abreviar: sin muchas vueltas recuperé “los papeles del abuelo” devolviendo al buen librero los cuarenta Euros que había pagado por las cajas, dejándole todos los libros – a los que, la verdad, no presté la menor atención - y llevándome yo el resto del contenido.



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La historia sobre por qué Dette (por Bernardette), tal el nombre de la linda francesita, había acompañado desde Paris a Fabián, además de banal es tan superflua como el relato detallado de cómo le tiré los perros a la salida de la librería. Lo cierto es que esa misma noche Dette se mudó a mi cuarto, sin que a Bioy, con quien desayunamos a la mañana siguiente, le importase en lo más mínimo.


Las dos primeras noches, y sus respectivos días, apenas salimos del cuarto. Y entre distracción y distracción (sexo y fumo, fumo y sexo) pude leer por arriba y clasificar todos los papeles, hasta convencerme de lo valioso que era el material que tenía en mis manos.

Unos meses atrás yo había leído “Descanso de caminantes”, obra póstuma de Bioy. Y muchos de los comentarios, reflexiones y dísticos que hay en los papeles, sobre todo los que contienen los cuadernos de hule, tienen el mismo tono maliciosamente mordaz y corrosivo de dicha obra. Muestra de ello son los epigramas que más adelante reproduzco.

Pero los carbónicos y algunas cartas mostraban otra faceta, completamente inimaginable, de Bioy. Y contaban, en detalle, una increíble historia de la vida real, de su vida real, que merece ser conocida. Aunque me tomó casi tres años seguir la trama y verificar los datos, finalmente pude cerrarla completamente y está casi lista para su difusión.

El tema es que, así como la dama Kodama defiende con garras y dientes – y abogados y policías – cualquier intento por romper su férreo monopolio sobre la obra de Borges, Bioy también tiene ciertos dragones aposentados sobre folios y folios de sus anotaciones manuscritas, que los manejan cómo y cuándo les viene en gana o les conviene.

Hasta la reciente publicación del “Borges” de Bioy, temía que muchos de los papeles, sobre todo las copias en carbónico – la joya más valiosa del tesoro – estuvieran también en poder de los administradores de la bioygrafía. Pero, incidentalmente, al publicarse el sabroso ladrillo, pude enterarme que no, que aunque quizás alguien conserve los originales escritos por Bioy, no son sus cancerberos literarios.

Me costó casi dos años de idas y vueltas, ruegos y ofertas, desplantes y esperas, conseguir que Fabián ( "... ¡ nnno, nnno y nnno !, ya te dije que no quiero tocar más ese tema. Ni una palabra. Y no es por guita, ni nada, es que no quiero acordarme más, fue muuuy angustiante y doloroso para mí, la pasé muuuy mal ...") me firmara un documento reconociendo mi propiedad sobre los papeles que contenían las cajas que le habían sido legadas. Dicho instrumento, junto con un testimonio judicial del legado en su favor, más la boleta de la librería y una declaración de la francesita ante un notario holandés (otro, no el que custodiaba el legado de Bioy, pues éste se negó, tan amable como firmemente, a aceptar mi requerimiento) en la que Dette manifiesta haber sido testigo presencial de que cada carta, papel y cuaderno – que tardé casi una semana en inventariar con su ayuda - provenía de las cajas que FBC vendiera al librero y que yo comprara a éste, son los respaldos legales, que al decir de los abogados especialistas en propiedad intelectual que consulté, me permitirían editar y publicar lo que me parezca editable y publicable de los documentos en cuestión.





Epílogos


Flashback to Amsterdam 2003: Dos días después de nuestro encuentro Fabián regresó a Paris. Dette se quedó conmigo los días que me tomó inventariar el contenido de las cajas, para prestar su declaración jurada ante el escribano. Cuando se lo pedí accedió enseguida y muy contenta. Sobre todo porque me ofrecí a hacerme cargo del salario que iba a perder por faltar una semana a su trabajo (una empresa que montaba decorados de teatros, cuyo gerente fue muy comprensivo cuando la francesita llamó y avisó que se tomaba una semana sin goce de sueldo). Según nuestro acuerdo también correrían por mi cuenta los gastos de estadía, que incluían sus debilidades (el buen champagne, la música electrónica, las pichinchas de los flea markets ) y también sus vicios.





Los touch & go nunca fueron lo mío (tengo baja dopamina y soy adicto a la oxitocina) así que pese a que, desde mi divorcio, tuve varios períodos de soltería, no tuve muchos amoríos fugaces y casi ninguno memorable. Sólo recuerdo con cariño aquella semana de primavera en Ámsterdam con la linda francesita.


Cuando la conocí, su afición por la merca no me cerraba mucho ( aunque nunca ocultó que disfrutar de la buena calidad del producto que allí se conseguía fue lo que la llevó con Fabián y lo que la retuvo conmigo en Ámsterdam). Pero necesitaba su declaración notarial y su rubia belleza hacía todo más fácil, pese a que a mi, más por conclusión empírica que por prejuicio, la gente que toma blanca mucho no me va.


Aunque la verdad es que a Dette - que si bien no era una perdida, su par de rayitas por día se metía – la cocaína le caía bárbaro.


Era claro que no flasheaba por mi ni ahí. Pero a la francesita, ya habitualmente alegre y vital de por sí, apenas se daba un saque se le iluminaban los ojos y se transformaba, de una acompañante agradable, simpática y discreta, en un sensual súcubo tan encantador como irresistible y lleno de energía, empeñado en sacarme a dar vueltas en bicicleta a media tarde por el Vondelpark o a recorrer de madrugada los desiertos canales. Y yo, que tampoco flasheaba por ella, podía resistirme tan poco a sus pedidos por salir a pasear como a sus insinuaciones amorosas.


Así fue que, gracias a la buena onda de la francesita, al hechizo de Ámsterdam en primavera y, last but not least, a la rica cannabis sativa, pude calmar la ansiedad provocada por mi cambio de planes (yo también había tenido que avisar en Buenos Aires que me quedaba una semana más, y aunque no me descontaron plata no fueron tan comprensivos conmigo como con Dette), terminar el inventario y obtener el acta notarial (imprescindible a criterio de mis abogados), además de pasarla bomba.





Como dije, ni excitación estúpida, ni euforia descontrolada, ni fatuo egocentrismo. A Dette, lo que se metía por la nariz le caía muy bien. Lo único, que a veces me cansaba un poco era que se ponía muy locuaz y charlaba de cualquier cosa. Yo, que tenía que trabajar en el inventario, me impacientaba un poco con su parloteo, más que nada porque, aunque su castellano era bastante bueno, me costaba mucho seguirla y no me podía concentrar en los papeles. Pero igualmente, la relación costos / beneficios era completamente favorable a que Dette hablara como una loca, así que cuando esto pasaba yo sonreía y, levantando cada tanto la mirada de los papeles, emitía sonidos de aprobación mientras escuchaba diversas historias sobre sus amigas, sus ex novios, su madre, sus dos hermanas, sus amigas, sus ex novios, su Avignon natal, sus estudios de arquitectura, su trabajo, sus gatas, sus ex novios, sus compañeros de trabajo, sus ex novios, su padre, su futuro marido, etc …


Traigo esto a cuento porque una tarde de lluvia, la única que tuvimos en toda nuestra estadía, Dette un poco aburrida (yo no la dejaba prender la tele) después de amagar tres o cuatro veces con bajar al lobby del hotel a tomar algo sola, se tiró en la cama, boca abajo y, luego de algunas incoherencias iniciales, me contó que cuando se encontró con Fabián en la Gare du Nord de Paris para tomar el tren hacia Amsterdam, lo percibió muy tenso y nervioso. Que apenas arrancó el tren Fabián se fue para el bar y volvió con un par de whiskies tomados, y que compró y tomó varios más de un carrito que cada tanto pasaba por el vagón, y que de tan nervioso y “alegre” que estaba no podía parar de hablar, y que así le abrió su coeur y le dijo que desde que había salido la declaratoria de herederos convalidando su legado había soñado con su padre todas las noches, y que cada noche éste, sonriente y cariñoso, le decía en sueños que le había dejado lo mejor que hizo en su vida, "...ay Dette, cómo decirte, es una corazonada, querida, una corazonada fuerte, muy fuerte ... Para mi, Papá me dejó un diario ... vos sabés que Papá llevaba diarios ¿ no ? obsesivo, obsesivo, todos todos los días anotaba, anotaba, anotaba, lo que le pasaba, lo que hacía y lo que decía. Tenía uno de su relación con las yeguas esas, otro de las mujeres que seducía, otro de su día a día con Borges ... Y yo sé, lo sé porque lo supe siemmpprre siemmpprre, acá adentro mío, que desde que nací Papá llevaba un diario sobre lo que sentía por mi ... porque ¿ vos podés creer, Dette, vos podés creer que Papá todos los días se levantaba a las 6.00 de la mañana, se vestía, caminaba como veinte cuadras desde Posadas hasta casa ?... bueno, sí, capaz que se tomaba un taxi, no sé, no sé .... y venía nada más que para verme subir a la camioneta que me llevaba al colegio, nada más que para verme desde lejos, pero tooodos tooodos los días. Pobre Papá, tenía una culpa espantosa por no vivir conmigo, por no verme crecer. Por eso es que estaba en todo, siempre estaba sssuuuper atento a mi vida, pero, pobre, como un fantasma, sin poder aparecer. Y todos los días, bueno, casi todos, la llamaba a Mamá o mandaba mensajes preguntando cómo estaba yo y qué había pasado ese día. Y además, una modestia, una humildad, él no quería joder para nada a Mamá ni a Eduardo imaginate, entoces ni se dejaba ver ... sí, sí, yo lo veía de lejos ...a veces también a la salida del San Martín de Tours …claro, es que veía un señor que parecía que me esperaba pero no sabía quien era porque no lo conocía ¿ no ? pero lo presentía, te lo juro, lo presentía, yo siemmmpppre, siemmmpppre supe que el estaba pendiente, ah, y que llevaba un diario, así detallista como era él, contando cuanto me quería cada día, y como me veía crecer y lo que sufría por no estar a mi lado y lo pendiente que estaba de mi, cada día, cada puto día, ¿ vos te das cuenta, el pobre viejo ? El calladito, sin que ninguna de las yeguas se diera cuenta, escribía para mi todos los días, todos los putos días. Claro, y me lo dejó a mi en su testamento ¿ qué otra cosa iba a dejarme en una notaría en Amsterdam ? ¿ por qué en Amsterdam ? eso es lo único que me parece raro, no entiendo, te juro, no entiendo. Y ahora... ¡ aparece y me lo dice en sueños, como en una de sus historias fantásticas ! y pensar que él de puro caballero no me decía nada en vida, pero yo sabía, yo sabía ¿ entendés ? Nunca me escribió una carta ni nada, y yo que lo hablaba con mi psicóloga y me quejaba y le decía que él, que vivía escribiendo todo, todo, todo, nunca me había escrito a mi ... Y ahora me cierrra ¿ entendés ? Claro, él llevaba un diario de su amor de padre por mi, en el que cada día escribía cuanto había pensado en mi… Y mirá que cuando empezamos a vernos un día lo miré a los ojos y le dije: Papá, quiero decirte que sssé que cada día escribías lo que me querías y qué habías hecho por mi ese día. Dámelo ya. Y él, tan caballero, no dijo nada y me miró con una sonrisa triste y de puro tímido bajó los ojos y ¡ lloró, Dette, lloró !... claro, capaz que ya estaba medio viejito y no se acordaba o discreto como siempre no quería admitir lo que sufrió por estar lejos de mi todos esos años. ¡ Pobre Papá ! pero ahora va a ser como encontrarme con él. Imaginate, leer de su propia letra, porque él escribía todo manuscrito, así, a mano, como fue viviendo mi infancia cada día. Cuando yo tenía unos meses y el hubiera querido cambiarme los pañales y hacerme upa, cuando yo tenía un año y no me pudo ver empezar a caminar, cuando yo tenía tenía seis que aprendí a leer y no se lo pude mostrar. Toda mi vida, día por día, ¿ vos te das cuenta lo que va a ser para mí ? Enterarme cómo estaba de preocupado cuando a los ocho me operaron de amígdalas y se me infectó y estuve como un mes internado en la Pequeña Compañía, que claro no pudo venir a verme, las yeguas no lo dejaban y el no podía molestar a Eduardo y Mamá ... pero ¿ sabés qué ? te voy a decir un secreto, vino igual, disfrazado de médico ¿ viste ? así con el, cómo se llama ... barbijo, y con un uniforme verde. Lo reconocí por la mirada, una mirada preocupada y cargada de amor, como sólo un padre puede tener ... Ay, Dette, mirá cómo me iba a imaginar yo una alegría tan grande, va ser como recuperar una parte de mi vida que no viví, va a ser como tenerlo a Papá a mi lado, como volver a la infancia pero esta vez con Papá cuidándome ..."

Me dijo Dette que a la mañana siguiente, ya en Ámsterdam, Fabián se levantó muy ansioso y antes de entrar a la notaría en la que estaba depositado el legado (había arreglado la cita por teléfono desde Paris), dio varias vueltas a la manzana y como no podía calmarse, se tomó unas pastillas y pudo hacer el trámite con bastante cortesía y serenidad. Pero que cuando llegaron al hotel y abrió las cajas y empezó a leer por encima uno por uno los cuadernos, los papeles, las cartas, los carbónicos y se dio cuenta que no sólo no eran diarios sobre su infancia sino que ni siquiera encontró que se lo nombrara le dio un ataque de furia y salió con las cajas - llevando dos él y una Dette que lo seguía - diciendo que las iba a tirar al canal. Según Dette quien aconsejó venderlas en la librería fue el conserje, cuando Bioycito le preguntó dónde podía deshacerse de unas cajas con papeles y libros. Que ahí fueron a la librería y luego al Coffee Shop donde nos encontramos y empieza la historia.



Back to the present: Si los dioses me son propicios y mis obligaciones y los designios de los pontífices de la Propiedad Intelectual lo permiten, en los próximos meses comenzaré a publicar el contenido de las cajas, así como la alucinante historia real que tiene a ABC como protagonista.




4



A continuación, como anticipo, tres de las brevedades registradas por Bioy en los cuadernos de tapa de hule negro - que no son Moleskine, sino sin marca y en formato tipo Rivadavia -, distorsionadas en su estilo por mi glosa, por consejo de mis abogados, aunque fieles en la anécdota y en la letra exacta de cada epigrama.




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Llaman a Bioy de La Prensa para preguntar su opinión sobre el premio Municipal de Poesía que, en 1962, dieron a cierta poetisa pampeana:

"En absoluto conozco
Quién puede ser Olga Orozco"


Dice ABC que dijo. Dice también que no publicaron su opinión.




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También en 1962 - se ve que fue un annus mirabilis para la respuesta rápida de Bioy - lo llaman de La Nación para, en razón de la muerte de Hugo Wast, pedirle que leyera algo del reciente finado y escribiera un obituario:


"Antes en el potro moriría
que leer a Martínez Zuviría"


Habría sido la mordaz respuesta. Que tampoco publicaron.



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Sin que el curso de los años menguase su ponzoña, Bioy relata que en 1990, cuando le están por entregar el Premio Cervantes que acababa de ganar, acordó dar un reportaje a un diario español que no especifica (supongo que ABC o El País) citando al periodista en el salón en el que se iba a realizar la ceremonia, un par de horas antes de que esta comenzara.


Mientras lo entrevistaban, Bioy se paseaba por el estrado donde ya estaban dispuestos los sitios para todos los figurones (una mesa larga, de cara al público, con micrófonos, jarras de agua y carteles identificatorios en cada puesto) y, encontrando el cartel que correspondía a Ernesto Sábato, que había recibido el mismo Premio un par de años atrás, compuso, sobre un papel que superpuso a la cara del cartel que daba al público, el siguiente epigrama:


" Con la alegría me abato
Yo soy Ernesto Sabato"


(El apellido del autor de “Sobre héroes y tumbas” debe leerse en el dístico citado, acentuándolo como si fuera grave, para que rime con “abato”.)




Se queja amargamente ABC que el reportero "gallego", a quien había apalabrado para que llamase a un fotógrafo del diario para sacar una foto como casual del papel con el epigrama, jamás volviese del recado.




No obstante Bioy, quien se jacta de su viveza al registrar el episodio, consigue, propina mediante, que un guardia de seguridad que daba vueltas por ahí reproduzca en otro papel el epigrama y lo sustituye por el que escribió él, evitando así que le reconozcan la letra.




Mucho se regocija – y lo hace doblemente al imaginar cuánto hubiera disfrutado Borges del cuento - mientras relata cómo al abrirse el recinto, los invitados de las primeras filas, sobre todo los periodistas, se reían entre cuchicheos al descubrir el cartel, y cómo al iniciarse el acto con la entrada de los Reyes de España, las autoridades de la Real Academia y los hombres de letras invitados, nadie se dio cuenta de la joda por lo que, durante la ceremonia, Sábato, desconcertado, molestísimo y a más a la defensiva que nunca, no comprendía por qué el público que con tanta atención lo miraba, le quitaba la vista, entre risitas y murmullos, apenas devolvía las miradas.




Cuenta también que pese a la “falluteada” (sic) del periodista que lo entrevistó, los fotógrafos de todos los medios se cansaron de sacar fotos del abatido Sábato tras el cartel con el epigrama. Y que primeros planos de dichas fotos salieron en todos los suplementos de cultura en los días siguientes, originándose un notable escándalo entre la Embajada y los organizadores del premio, situación en la que él, manifestó cínica y públicamente su solidaridad con don Ernesto (pero me parece que acá Bioy algo exagera porque pedí a un par de amigos, uno periodista de El País y otra que trabaja en el archivo de ABC que me buscaran las fotos o reseñas del episodio en sus respectivos diarios y los dos me dijeron que no encontraron nada).
Texto posteado originalmente en La Lectora Provisoria
(
www.lalectoraprovisoria.blogspot.com)